lunes, 3 de septiembre de 2012

¿HUBO GENOCIDIO?... ¡HUBO GENOCIDIO!



¿HUBO GENOCIDIO?... ¡HUBO GENOCIDIO!
Por Gordillo
El presidente militar, Otto Pérez, lo dijo: no hubo genocidio. El secretario
de la paz, Antonio Arenales, lo reafirmó: no hubo genocidio. Dos voces
oficiales. Un soldado y un civil pro chafas negando los crímenes  de  lesa
humanidad cometidos durante treinta y seis años de guerra,  persecución,
represión y control poblacional.
Es más, el civil, en nombre del Estado, pidió a la Corte Interamericana
de Derechos Humanos que se abstenga de conocer demandas por masacres
que cometieron la soldadesca y los patrulleros de agresión civil, ordenadas por
altos mandos militares. Todo con la venia de las élites del poder económico
nacional y una siniestra organización venida del norte marcada por tres letras.
Los  argumentos de la negación: que  durante la guerra sucia  no se
eliminó a  ningún grupo  racial,  étnico o religioso. Así de simple se pretende
borrar la historia del secuestro, la tortura, la matanza y más de cuatrocientas
aldeas arrasadas donde estaba el enemigo interno. Le quitaron el agua al pez y
la tiñeron con sangre de mayas, indígenas o, dicho por los genocidas: de
animales.
Total, aquí nunca hubo masacres porque no se eliminó totalmente a un
grupo. Ni siquiera el genocidio cometido por el ambicioso conquistador Pedro
de Alvarado podría considerarse como tal, a pesar de la horca, la hoguera y la
espada extranjera,  porque  en Guatemala  siguió habiendo indios y quinientos
años después aún están ahí.
Los defensores de los más grandes criminales de finales del siglo
pasado sustentan también la negativa del genocidio, en el hecho de que dentro
de la legislación nacional no existe la tipificación de ese delito. Por lo tanto, no
debería castigarse a nadie acusado de los más aberrantes actos de exterminio,
expulsión, persecución y control poblacional en campos de concentración.
Por fortuna existe un antecedente en Guatemala sobre tipificación de
genocidio en materia de derechos humanos, con lo que podemos llamar esos
actos por su nombre. En 1990, con motivo de la masacre de pobladores de
Santiago Atitlán en el destacamento militar de Panabaj, el Procurador de los
Derechos Humanos emitió  la resolución 27-90, en la que señaló al Ejército
como responsable de Genocidio y solicitó al alto mando de las Fuerzas
Armadas que retirara el destacamento. Desde entonces, los zutuhiles de aquel
municipio viven libres del yugo verde olivo.
Algunos considerandos de la resolución histórica redactada por el
Procurador adjunto Fernando Hurtado Prem y firmada por Ramiro de León
Carpio,  señalan claramente la tipificación de genocidio: “…estamos en presencia de un hecho deleznable calificado como una masacre de
campesinos indígenas que en la regulación del derecho internacional está
calificado como GENOCIDIO tal y como lo regula la Comisión para la
prevención y la sanción del delito de genocidio, que expresa que se entiende
como genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación,
perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo
nacional  étnico, racial o religioso, como tal: a) matanza de miembros del
grupo…
… se comprobó que este hecho ha sido la culminación de muchos actos
de intimidación, abusos de autoridad, represión, control poblacional y de
ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas e involuntarias de los que
se sindica y responsabiliza al Ejército de Guatemala, al grado de que el clamor
popular exigía el desmantelamiento y retiro del destacamento militar de aquel
municipio.”
Algunos de esos militares criminales fueron juzgados y condenados por
homicidio y no por genocidio a penas carcelarias de entre cuatro y diez y seis
años. Si aquí no se condena por genocidio es gracias a que el Congreso es
una de las grandes tapaderas para no sacar a flote la tipificación de ese delito,
ya sea por temor o en contubernio racista con los señores de la guerra del siglo
XX.
Con la resolución histórica de conciencia basada en el derecho
internacional, aquí todos debemos aceptar que hubo genocidio y  que  se
castigue a los grandes  responsables de semejantes atrocidades. Del que
defiende a los genocidas solo queda pensar que fue uno de ellos. Quien
encubre hoy al chacal de ayer solo puede ser su jefe, su subordinado o, en el
caso más romántico, su amante trasnochado.



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